EL DOLOR DE YA NO SER

12 mayo, 2008

Nelly, la psicóloga de los colores


Fernando Peña12.05.2008La primera vez que escuché hablar de los colores sufridos fue cuando tenía nueve años. La vecina de al lado, Nelly Chitaroni, estaba por tapizar unos sillones y le dijo a su marido, Víctor, que el color arena era sufrido y que daba trabajo. Me quedé pensando. Pensé durante muchos años en la construcción de esa frase. ¿De qué manera podía ser sufrido un color? y más aún ¿cómo podía ser que un color diera trabajo? Durante muchos años pensé que Nelly estaba totalmente loca y mientras crecía, cada tanto, esa frase se me venía a la cabeza. ¿No les pasa eso de escuchar algo que no entienden y, sin embargo, se lo repiten a cada rato? Crecía, caminaba mi vida, caminaba por las calles y me repetía la frase una y otra vez. La frase era “el color arena es sufrido y da trabajo”. Trabajaba de cadete en esa época y para calmar el cansancio de las caminatas y el aburrimiento de los trámites silbaba, repetía trabalenguas, memorizaba los números de las patentes de los autos y cada tanto me venía la frase de Nelly a la cabeza. Seguía sin entender, sospechaba que se trataba de un color inconveniente que se manchaba con facilidad, pero no comprendía por qué Nelly se refería al color como sufrido. No sabía si pensar que Nelly era una bruta ignorante o había compuesto una metáfora fotográfica difícil de igualar. ¡Me volvía loco la frase! “El color arena es sufrido y da trabajo.” ¿Cómo podía ser que un color fuera sufrido? Y lo que es más, diera trabajo. Durante años me torturó esa descomposición gramática. No tenía sentido. Era torpe, contranatura, se chocaba consigo misma, jamás se me hubiera ocurrido asociar el sufrimiento con un color y mucho menos que un color se convirtiera en algo físico casi caprichoso como una criatura y diera trabajo.

“Si me mandan al banco voy contento…” cantaba como el dibujito animado del aviso, y seguía con los trabalenguas, las baldosas, las patentes y otros inventos para olvidarme de que era cadete. Me había prometido tirar a la basura esa frase de Nelly, en un punto aunque no lo crean soy bastante sano y la metáfora deforme y disonante me estaba taladrando el bocho. Entonces un día me dije casi como ordenándome: “Fernando, basta con esa pelotudez, no pienses más”. Imposible. La frase venía una y otra vez. Hasta me acordé de un cuento hindú que hablaba de la concentración de la mente y decía que para probar cuán concentrado puede estar uno había que hacer el siguiente ejercicio: si uno pensaba en un elefante blanco se le iba a caer el techo encima. Inevitablemente toda la gente que practicaba este ejercicio no dejaba de pensar en un elefante blanco, esto es morían aplastados por desconcentrarse.

Por momentos me tentaba la idea de elaborar una teoría relacionada con la concentración mental. Recién terminaba quinto año, trabajaba como cadete para no matar a mi familia y no convertirme en un antisociable, y la idea de escribir un libro brillante sobre la imposibilidad de mantener un pensamiento y permanecer concentrados me entusiasmaba. Sería un best seller pensaba. Un best seller de esos fáciles de leer que responden preguntas que nadie se tomó el trabajo de hacerse. Hacía trámites, colas, pagos y pensaba boludeces que pensaba que algún día pondría en práctica y me convertiría en un escritor millonario.

Pasaron unos años hasta que un día caminando por un pasillo de un hotel cinco estrellas, escuché que un señor de traje que estaba en una habitación con la puerta abierta le decía a una señorita esbelta vestida con un tailleur color manzana: “El color hueso es muy sufrido y da trabajo. Sería mejor un verde musgo”. Tuve el impulso de detenerme y contarle mi obsesión con esa frase y que por fin ahora la había entendido. Al verme parado en la puerta me miró como esperando que le dijera algo, sonreí y seguí caminando. Supongo que él nunca entendió mi sonrisa. Entré a mi habitación, la moquette era color hueso y se veía baqueteada. Me dio asquito, tanto que no la pude pisar descalzo, me daba cosita.

Al mes siguiente volví al hotel, a la misma habitación y la moquette ahora era verde musgo, estaba limpia, caminé descalzo con confianza sabiendo que estaba sucia, sonreí, me sentí un pelotudo y por fin, a la vejez viruela, entendí la frase de Nelly y me cagó la vida, ahora todos los colores oscuros me dan asco.

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